12 may 2013

TRAEMOS A ESTAS PAGINAS EL EVANGELIO DE CADA DOMINGO PARA LA LECTURA, ORACION Y REFLEXIÓN DE NUESTROS HERMANOS




EVANGELIO DEL DOMINGO

12 Mayo 2013
7º DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCION (C)
Lucas, 24, 46-53

+Lectura de la  Buena Noticia según San Lucas
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
-- Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Y vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto.
Después los sacó hacia Betania, y levantando las manos los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos (subiendo hacia el cielo) Ellos se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.
Palabra del Señor

COMENTARIO

Hace años un afamado teólogo comenzaba su reflexión sobre la presencia de la Iglesia en el mundo de hoy proponiendo con agudeza una dialéctica entre identidad y relevancia, dos dimensiones, en apariencia, incompatibles: si los cristianos tratan de alcanzar relevancia y aceptación social, han de acomodarse al ambiente entorno, con lo que sacrifican su identidad cristiana; y si, por el contrario, refuerzan los elementos de su identidad, tienen el peligro de perder presencia social y convertirse en una secta. Es claro, y así lo proponía este teólogo, que la verdadera relevancia del cristiano y de la Iglesia sólo puede alcanzarse sobre la base de una identidad experimentada y creída. Y esto mismo es lo que les dice Jesús a sus discípulos antes de su Ascensión. Son palabras que aúnan admirablemente las dos dimensiones: la identidad, el núcleo esencial del mensaje cristiano, el recuerdo del misterio pascual de la muerte y resurrección del Mesías; y, sin solución de continuidad, la relevancia, la misión de la Iglesia, que Jesús confía a sus discípulos, y por la que se abre así al mundo entero.
La íntima unión de las dos dimensiones es esencial. En primer lugar, porque el contenido de la de no es un sistema ideológico, moral o religioso más o menos atrayente, sino la vinculación con el Mesías, una persona de carne y hueso, que realmente ha vivido entre nosotros, ha muerto y ha resucitado, cumpliendo así el designio salvador de Dios, que es lo que significan las palabras “así estaba escrito”. Por eso, la misión no se realiza por medio de la propaganda, la fuerza o los argumentos racionales, sino mediante el testimonio de aquellos que están vitalmente unidos al maestro: “vosotros sois testigos de esto”.
Es significativo que la Ascensión tenga lugar en Betania: lugar de muerte y de vida (cf. Jn 11, 1-43), de amistad con el Maestro, de contemplación y de servicio (cf. Lc 10, 38-42). Los fuertes vínculos personales que evoca Betania nos hacen comprender que la Ascensión de Jesús a los cielos no es una separación. Lucas, teólogo de la historia de la salvación, va distinguiendo con claridad sus diversos momentos, y ahora señala la línea divisoria entre el período de la presencia terrena de Jesús, que se prolonga en cierto sentido durante el tiempo de las apariciones pascuales, y el tiempo de la misión. Pero, en realidad, la Ascensión marca más que una desaparición, una nueva forma de presencia que, precisamente por universalizarse en la misión, no puede tener el carácter visible que vincula a determinado espacio y tiempo. Es la presencia en el Espíritu, la fuerza de lo alto que ha de revestir a los discípulos. Ahora bien, el carácter universal de esa presencia no debe llevar a equívocos: no es una universalidad “abstracta”, limitada al mundo de las ideas, sino una universalidad concreta, ligada a todo lugar y todo tiempo: ser sus testigos “en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo”, sabiendo que Él está con nosotros “todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Gracias a esta nueva forma de presencia, Jesús “sigue padeciendo en la tierra todos los trabajos que nosotros, sus miembros, experimentamos”, como nos recuerda San Agustín: él mismo es el perseguido cuando los cristianos sufren persecuciones (“Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” Hch 9, 4); él mismo pasa hambre y sed y penalidades en todo ser humano que sufre (cf. Mt 25, 34-45). Pero esta forma de presencia también hace verdad la inversa: si los discípulos estaban “con gran alegría siempre en el templo bendiciendo a Dios”, es porque, en medio de las dificultades y contrariedades de este tiempo de misión y testimonio, participan y gozan ya de las primicias de la victoria de Cristo sobre la muerte. Por eso dice también San Agustín, hablando de la Ascensión, “que nuestro corazón ascienda también con él… de modo que gracias a la fe, la esperanza y la caridad, con las que nos unimos a él, descansemos ya con él en los cielos”.
Entendemos así que, aunque la misión de realiza humildemente por medio del testimonio de hombres débiles y limitados, no es cosa de la libre iniciativa o la imaginación humana, sino que es llevada adelante por el Espíritu Santo. De nuevo descubrimos cómo la apertura y relevancia de la misión es cuestión de fidelidad al núcleo de la fe confesada y vivida. Sólo desde esa fidelidad y esa guía del Espíritu es posible, como nos recuerda Pablo, recibir la sabiduría que ilumina el corazón, comprender vitalmente la esperanza a la que estamos llamados, la eficacia desplegada por la fuerza de la muerte y resurrección. Y sólo así la misión podrá evitar las deformaciones a que se puede ver sometida si nos dejamos llevar de nuestras propias ideas y que, de un modo u otro, tientan sin cesar a los seguidores de Jesús. La pregunta de estos en la escena que Lucas reproduce con otros matices al comienzo de los Hechos de los Apóstoles puede entenderse en este sentido: “Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?” Es una pregunta que sigue denotando a estas alturas una cierta incomprensión del mesianismo de Cristo y de su misterio pascual. Es fácil y tentador soñar con la fundación de un determinado sistema, más o menos teocrático, que establece claras fronteras entre “nosotros y los demás”, o comprender el testimonio, sea como un místico quedarse mirando al cielo, o, por el otro extremo, como un programa de pura transformación social que deja en la penumbra la confesión de fe. Es decir, es fácil caer en la tentación de subrayar la identidad a costa de la relevancia, o, lo contrario, buscar formas de relevancia que dejan desvaída la fidelidad al núcleo de la fe. Pero, como dice Jesús, “no os toca a vosotros poner en cuestión la autoridad de Dios”, sino realizar la misión encomendada: el testimonio de fe, que aúna fidelidad y apertura, confesión de fe y compromiso. Y no puede ser de otra manera, porque la verdad que se transmite por vía de testimonio es posible sólo cuando se incorpora en la propia persona la verdad testimoniada, que no consiste en hablar de “algo”, sino de vivir como vivió “alguien”, Jesucristo, reproduciendo en uno mismo ese núcleo de la fe: dar la propia vida para alcanzar la Vida.

ORACION DE LOS FIELES
1.  Por la Iglesia: para que llena de la fuerza del Espíritu Santo anuncie el Evangelio a toda creatura. OREMOS
2. Por los que gobiernan las naciones: para que siembren la paz y la armonía entre todos los pueblos. OREMOS
3. Por quienes sufren enfermedades, preocupaciones o injusticias: para que encuentren en el Señor alivio para sus dificultades. OREMOS
4. Por los niños y jóvenes de nuestra Comunidad que celebrarán este año los sacramentos de la Iniciación Cristiana y por sus familias: para que abran sus corazones a la acción del Espíritu de Jesús. OREMOS
5. Por los que andan alejados de la Iglesia: para que elevando los ojos al cielo descubran a su Creador y Redentor. OREMOS
6. Por nosotros: para que con nuestra vida demos un claro testimonio de fe cristiana y con nuestras palabras ayudemos a sembrar la semilla del Evangelio en nuestra sociedad. OREMOS

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