La celebración del jubileo se origina en el judaísmo. Consistía en una conmemoración de un año sabático que tenía un significado particular. Esta fiesta se realizaba cada 50 años. Durante el año se ponían a los esclavos en libertad, se restituían las propiedades a quienes las habían perdido, se perdonaban las deudas, las tierras debían permanecer sin cultivar y se descansaba. Representaba un grito de alegría.
La Iglesia Católica tomó como influencia el jubileo hebreo y le dio un sentido más espiritual. En ese año se da un perdón general, indulgencias y se hace un llamado a profundizar la relación con Dios y con el prójimo. Por ello, cada Año Santo es una oportunidad para alimentar la fe y renovar el compromiso de ser un testimonio de Cristo. También es una invitación a la conversión.
En la tradición católica, el Jubileo consiste en que durante 1 año se conceden indulgencias a los fieles que cumplen con ciertas disposiciones eclesiales establecidas por el Vaticano. El primer año jubilar fue convocado en 1300 por el Papa Bonifacio VIII. El Jubileo puede ser ordinario o extraordinario. La celebración del Año Santo Ordinario acontece en un intervalo de años ya establecido, en concreto 25 años. En cambio, el Año Santo Extraordinario se proclama como celebración de un hecho destacado, como por ejemplo, este Año de la Misericordia. El último ordinario fue el proclamado por san Juan Pablo II para celebrar los dos mil años del nacimiento del Cristo.
El rito inicial del Jubileo comienza con la apertura de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro. Esta puerta sólo se abre durante un Año Santo. La apertura de la puerta significa que se abre un camino extraordinario hacia la salvación. El Papa debe tocar la puerta con un martillo 3 veces mientras dice: “Aperite mihi portas justitiae, ingressus in eas confitebor Domino”-“Abridme las puertas de la justicia; entrando por ellas confesaré al Señor”.
¿POR QUÉ UN AÑO DE LA MISERICORDIA?
En los años jubilares se pueden ganar indulgencias, en la Bula del jubileo de la Misericordia en el punto 19, el papa Francisco ofrece una sencilla reflexión sobre las indulgencias. Él comenta que todos nosotros vivimos la experiencia del pecado, sentimos fuerte el peso del pecado. Mientras percibimos la potencia de la gracia que nos transforma, experimentamos también la fuerza del pecado que nos condiciona. No obstante, dirá Francisco, nuestra vida está llena de contradicciones consecuencia de nuestros pecados.
En el sacramento de la Reconciliación Dios perdona nuestros pecados, sin embargo la “huella negativa” que deja en nuestra forma de comportarnos y de pensar, permanece.
La misericordia de Dios es incluso más fuerte que esto. Ella se transforma en indulgencia del Padre que a través de la Esposa de Cristo alcanza al pecador perdonado y lo libera de todo residuo, consecuencia del pecado, habilitándolo a obrar con caridad, a crecer en el amor más bien que a recaer en el pecado.
Vivir entonces la indulgencia en el Año Santo significa acercarse a la misericordia del Padre con la certeza que su perdón se extiende sobre toda la vida del creyente.
¿CÓMO SE GANA LA INDULGENCIA?
Para ganar una indulgencia plenaria, en año normal o en año santo, debes siempre cumplir con unos requisitos, a saber:
1. La peregrinación al templo jubilar.
2. La Confesión Sacramental. Hacer una confesión profunda. La confesión puede hacerse el mismo día que se quiere ganar la indulgencia o bien, como se dijo: 8 días antes o bien, 8 días después.
3. La Comunión Eucarística. Esta debe llevarse a cabo el mismo día en que quiera ganarse la indulgencia.
4. La oración por las intenciones del Papa: Debes rezar un Padre Nuestro, una Ave María y un Gloria, y ofrecer estas oraciones por las intenciones del Papa.
OBRAS DE MISERICORDIA
Podríamos decir que las obras de misericordia son como el compendio del evangelio entero. Su origen se encuentra en el juicio final de Mateo 25, en el que Jesús juzgara nuestra condición como cristianos por nuestro comportamiento con el prójimo. “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y acudisteis a mí.’ Entonces los justos le responderán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y acudimos a ti? Y el Rey les dirá: ‘En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” Mt 25, 34-36
Las obras de misericordia ya aparecen en el AT, recordemos el texto de Isaías 58, 5-7″¿Acaso es éste el ayuno que yo quiero en el día de la penitencia: inclinar la cabeza como junco acostarse sobre saco y ceniza? ¿A eso llamáis ayuno y día agradable al Señor? Este es el ayuno que yo quiero: soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, dar la libertad a los oprimidos, y arrancar todo yugo. Partir tu pan con el hambriento, y hospedar a los pobres sin techo., cubrir a quien ves desnudo, y no desentenderte de los tuyos”
Las obras de misericordia tienen otro aspecto a tener muy en cuenta. Ya Orígenes, padre de la iglesia, no se limitó a entenderlas de una manera puramente exterior, sino que las explico espiritualmente. A partir de Él la interpretación espiritual de la escrituras vio las obras de misericordia como imágenes de nuestra relación con Cristo.
Lo importante de estas obras de misericordia es que obremos el amor por sí mismo y no por la espera de recompensa, pues al final de nuestra vida lo importante será como hemos estado con los demás y como los hemos tratado, ya que en el rostro del hermano encontramos el rostro de Dios.
En Mateo 25 relata seis obras de misericordia a la que la iglesia primitiva añadió una más: enterrar a los difuntos. Dentro de la tradición fueron tomando forma siete obras de misericordia corporales y siete espirituales. San Agustín distingue entre buenas obras de amor que afectan al cuerpo del prójimo y buenas obras que atañen a su alma.
OBRAS DE MISERICORDIA CORPORALES:
1. Dar de comer al hambriento:
¡Hay tantas personas necesitadas a nuestro lado! Hay que hacerse pan y pan partido, como hizo Jesucristo. El pan es fraternidad y es vida. El pan partido y compartido es amor. Dice Jesús en el Evangelio que no sólo de pan vive el hombre sino de toda la Palaba que sale de sus labios, por tanto también hemos de dar de comer la Palabra de Dios.
2. Dar de beber al sediento:
Dar un vaso de agua es fácil y es bonito, pero se puede tener sed de seguridad, de esperanza, de compañía, de amistad…. de Dios. Saciar la sed de Dios es difícil. Pero alguien puede hacer brotar en las entrañas una fuente de agua viva, gozosa, inagotable. Podemos ayudar a hacer posible el milagro del agua.
3. Vestir al desnudo.
Aquí, entre nosotros, no encontrarás muchos desnudos que vestir. Suelen estar muy lejos. Quizá haya otro tipo de vestiduras que sí debemos poner: la vestidura del honor, del respeto, de la protección. Siempre tendrás que cubrir la desnudez del prójimo con el manto de la caridad. Hay otro problema relacionado con esta obra de misericordia. Hay algo mucho más grave que no vestir al desnudo; es el desnudar al vestido. Esto es ya tema de justicia. Y atentos, son los muchos millones a los que estamos desnudando. “Si, pues, ha de ir al fuego eterno aquel a quien le diga: estuve desnudo y no me vestiste, ¿qué lugar tendrá en el fuego eterno aquel a quien le diga: estaba vestido y tú me desnudaste?” (San Agustín).
4. Dar posada al peregrino:
Hoy no es fácil abrir la puerta de la casa, cada vez más defendida. Son muchos los peregrinos que llaman a nuestra puerta: mendigos, transeúntes, extranjeros, refugiados, drogadictos… Toda una herida abierta, que exige soluciones no sólo personales sino estructurales. Acojamos al que llama a la puerta de nuestra casa, pero no sólo materialmente sino cordialmente. Todo el que se acerca a nosotros es un peregrino, que a lo mejor sólo te pide una palabra, una sonrisa o una escucha.
5. Visitar a los enfermos:
No es una visita desde lejos, una visita por cumplir. Algo que signifique cercanía y com-pasión. Una visita que suponga comunicación, ayuda, cuidado, ternura, consuelo, confianza. Son partecitas del cuerpo doliente de Cristo. Hay muchas clases de enfermedades y de enfermos. No están sólo en los hospitales; los hay también en casa, en el trabajo y en la calle. Todos tenemos alguna enfermedad o alguna dolencia. Por eso tenemos que tratarlos comprensiva y compasivamente.
6. Redimir al cautivo:
No está en nuestras manos sacar a los presos de la cárcel; pero sí podemos aliviar y orientar a los presos que están en la cárcel. No podemos quitar las esposas de las muñecas; pero sí podemos quitar las cadenas del alma. Hay muchas cárceles y esclavitudes íntimas. Es tarea nuestra, es obra de misericordia, liberar a todos los cautivas: desde el preso al drogadicto, desde el avaricioso al consumista, desde el lujurioso al hedonista, desde el materialista al….
7. Enterrar a los muertos:
Podemos pensar que de esto ya se encargan las funerarias. Nosotros debemos envolver a los difuntos en la oración esperanzada, en el amor y el agradecimiento. Nosotros hemos de pedir perdón por los errores que hayan podido cometer los difuntos. La muerte de un ser querido deja casi siempre heridas sangrantes. Es una obra de misericordia estar cerca de los que sufren por estas muertes. Cuando damos el pésame o “acompañamos en el sentimiento”, que no sea una rutina o una palabra vacía.
OBRAS DE MISERICORDIA ESPIRITUALES:
1. Enseñar al que no sabe:
Es una bonita obra de misericordia, pero a veces nos encariñamos tanto con ella que queremos dar lecciones a todo el mundo. Esta misericordia debemos practicarla con moderación. A lo mejor es preferible que te dejes enseñar. Esto también es obra de misericordia: saber escuchar y agradecer lo que has aprendido. Todos necesitamos aprender unos de otros, incluso el profesor del alumno, y el padre del hijo, y el empresario del obrero. Enseña, sí, al que no sabe, pero sin humillarle. Enséñale a saber. Y –no hace falta decirlo- para que sea obra de misericordia se necesita una condición: la gratuidad.
2. Dar consejo al que lo necesita:
Da un consejo, pero sin paternalismo. Da un consejo, pero cuando el otro te lo pida o lo quiera o de verdad lo necesite. Da un consejo, pero siempre que estés tú dispuesto a recibirlo. Un buen consejo, una palabra orientadora, puede ser luz en la noche, puede ahorrar muchos tropiezos y caídas, puede salvar una vida del fracaso y la desesperación.
3. Corregir al que yerra:
También la corrección fraterna es una obra de misericordia, pero cuando se hace desde la humildad y desde el amor. Desde la humildad, reconociendo que también nosotros nos equivocamos. No queramos sacar la paja en el ojo ajeno, sin darnos cuenta de nuestra viga. Desde el amor, no para herir al hermano sino para ayudarle y dignificarle.. Y hacerlo además cariñosa, delicada y simpáticamente.
4. Perdonar las injurias:
Es de lo más difícil. Somos tan propensos a la venganza y el resentimiento. Por eso Jesús nos dio un ejemplo maravilloso, y nos cogió la palabra en la oración que puso en nuestros labios. Esta es una de las obras de misericordia más cristiana. Perdona, aunque la ofensa te duela mucho. Perdona setenta veces siete. Perdona, si puedes, hasta olvidar. Perdona y ama. Y perdónate también a ti mismo.
5. Consolar al triste:
Son muchas las personas que sufren la tristeza, a veces por cosas bien pequeñas. ¡Resulta tan fácil y tan bonito hacer felices a los demás!. Podría bastar una palabra, una sonrisa, una explicación, un desahogo, un gesto de cariño. El que consuela se parece a Dios, que se dedica a enjugar las lágrimas de todos los rostros.
6. Sufrir con paciencia los defectos del prójimo:
Damos por supuesto que todos tenemos flaquezas. La convivencia es fuente de alegría y enriquecimiento, pero es también una llamada al vencimiento y el vaciamiento. Lleva con paciencia las flaquezas del prójimo –y las tuyas-. Te ayudarás a crecer en el amor y la misericordia. Como Dios, que tiene paciencia infinita con nosotros. Y llévalas también con humor.
7. Rogar a Dios por los vivos y difuntos:
Rezar no es una rutina. Rezar es amor. Cuando rezas por alguien te solidarizas con él, lo quieres como a ti mismo. No rezas para ablandar el corazón de Dios, sino para agrandar el tuyo. Rezar es llenar tu corazón de nombres. Rezar por los demás te hace bien a ti mismo, porque te ayuda a amar y te compromete para hacer realidad, en la medida de tus fuerzas, aquello que pides.
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